El naufragio no fue de lo más terrible. Una vez hundido del todo el barco, los cuatro flotando en el agua sabiamos de lo ineluctable.
Lo temible era lo manso del océano, la parsimonia de su oleaje, la tempestad que presentiamos escondida en la noche, avecinada, casi agazapada frente a nuestros ojos tuertos, ya tanto viéndola como negándola.
Luego de un tiempo ya nadie hablaba y para el tercer día -calculado sólo por la memoria de las horas, pues la nubes nublaban todo atisbo del paso del tiempo- sabiamos de nuestro inefable destino. Cada cual lloraba en silencio su desasociego.
Era el océano sin tiempo, la eterna marea, la tempestad feneciendo, la vida esquiva.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario