lunes, 25 de enero de 2010

Mentes perdidas en el océano del tiempo

Y la vieja asintió con la cabeza. Eran órdenes precisas. “Mamá te quedas acá hasta las siete…a las siete yo te entro devuelta.”
Así era su vida. Apenas se levantaban, le servían un poco de pan de ayer con media taza de te con leche. Y así tenia que soportar toda la tarde en el balcón, aun así hicieran 35 grados a la sombra. Tal cual como aquel día que paso a relatar.
La vieja estaba como de costumbre en su balcón con esa sillita asténica que por poco se cae de más de una vez por día. Desde allí ella observaba todo. El mundo era suyo, se decía.
Ella miraba todas las estaciones en su plenitud. El verano agobiante, el otoño seco y pavoroso, el cruel invierno, las deidades de la mismísima primavera y sus flores.
Fue una tarde de verano, sensación térmica 36 grados, que la vieja se canso de tanta reflexión y ensimismamiento. Decidió entonces comunicarse con lo que tenia mas cercano: el balcón de al lado.
Allí vivía una suerte de chica solitaria, universitaria, extremadamente inteligente, pero con un solo defecto, salir a fumar cada 20 minutos.
La vieja le grito con su poca fuerza y el alma destrozada. Para su sorpresa la chica de los cigarrillos la escucho.
-¿Usted cree en Dios?
- Claro que no. Soy comunista señora.
- ¿Aun así, no cree que hay alguien mas allá que nos protege?
- Solo a veces se me cruzan esas ideas, pero perecen cuando veo la desolación, el hambre, la guerra.
-Yo se de guerras. Ahora justamente me encuentro en una.
- ¿Qué guerra si se puede saber señora?
- Mi familia versus mi integridad. Sabe usted, ellos no me quieren. Paso todo el día encerrada acá, en el balcón de mis desilusiones.
Ellos me piensan como una molestia, yo los pienso a ellos igual. Y decir que no puedo moverme sino ya me hubiese escapado. Ellos se pasan todo el santo día rezando. Hasta tenemos un altar con cruces y santos. Pero mire que desencanto, rezan por mi salud mientras me encierran en este submundo que es mi refugio. Por eso le pregunte si creía en Dios. Tal vez el me saque de acá. Pruebe. Rece. Rece por mí.
-Me tengo que ir a estudiar señora. Le agradezco la charla. Hasta pronto.
-¡No! ¡No me dejes!

Y ese fue un último grito desgarrador, pero ella ya no estaba allí.

Al día siguiente siguieron con sus charlas de 10 minutos cada 20. La vieja contó su vida. Sus años de alegría, el amor de su esposo, su muerte y su debacle. La chica del cigarrillo no le dijo nada, pero secretamente rezo por ella todas las noches. No tenía ningún Dios. Rezaba al aire porque la vieja no muriera de tristeza.

-Sabe que señorita, si me permite decirle, le veo una gran tristeza en la cara. ¿Algún novio será? ¿O es la familia?
- Es mi vida rutinaria. Es el partido que me desgasta, la facultad, el novio ausente… y alguna que otra cosa más. ¿Usted como anda? Yo la veo mas triste cada día que pasa.
- Es que ya no hay cosas para ver en la calle. Ya ni los vecinos se saludan. Todos pasan mirándose de reojo como si le fuesen a robar. Y yo los miro por acá y rezo por ellos. Mentes perdidas en el océano del tiempo. ¡Y para que contarle como caminan! No caminan, corren. Como si los persiguiera alguien o algo todavía más fuerte. Como si los siguiera el diablo.
-Pavadas. El diablo no existe señora. Es una entelequia que ayuda a la organización social y los buenos modales. El diablo es un espectro para dar miedo y controlar masas. Gracias a Dios ya nadie cree que exista.
- ¡Vio! Usted lo dijo, “Dios”
- Es una frase armada, por favor no se enrede en una simple frase.
- Curioso. Ayer soñé con vos nena. Soñé que estabas en un bosque sola, vos y tu alma. Te tiraste debajo de un árbol a escribir y vino una serpiente que te dijo cosas al oído que yo no escuche. Después bajo un pájaro y te picó toda la cara hasta dejarla en carne viva. Ahí nomás me desperté, no iba a terminar nada bien ese sueño. Yo creo que el diablo la persigue. Yo nunca me equivoco.
- Sabe no le dije nada, pero hace rato que vengo rezando por usted. Solo que no se a quien.

La vieja giró los ojos, se puso de pie y de repente, como un hálito, le salieron alas que rompieron toda su vestidura. Pronto ascendió al cielo. La chica de los cigarrillos no pudo creer lo que veía antes sus ojos.
Luego de semejante despedida, entro a su habitación conmocionada y sollozando.

Bajó él. Le hizo firmar un papel. Ella solo le pidió que le concediera un cigarrillo más en el balcón. Y así fue. Los dos fumaron en el balcón mientras las vida de la chica se extinguía con el correr de un pacto que jamás nadie entendería.

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